Historia de la Orden franciscana
En el invierno de 1206 Francisco de Bernardone, joven de Asís, en la Italia central, renuncia a los bienes de su padre y reconoce solo la paternidad de Dios. Abandona las huestes de sus compañeros y pasa a prestar asistencia caritativa a los leprosos, los vagabundos y los rechazados de la sociedad.
Este joven tocado por Dios transcurre los dos años siguientes como mendicante, eremita y restaurador de tres iglesias destruidas en los entornos de Asís: San Damián, San Pedro y Santa María de la Porciúncula. A la vez que, progresivamente va ejerciendo su actividad en la predicación penitencial, invitando a cambiar de vida según Dios y a alabar al Creador.
En seguida su estilo de vida atrae a dos de sus conciudadanos: el rico Bernardo de Quintavalle y el canónico-jurista Pedro Catani. Poco después, otros nueve hombres se añaden al grupo. Llegando a conformar la “fraternidad primitiva”, en torno al 1208/1209, doce penitentes y peregrinos, sin casa y sin morada fija.
Al inicio, el hermano Francisco, elabora una breve regla, llamada la “protorregla”, dictando algunas normas según el proyecto de vida que le inspiraba el Evangelio de Jesucristo, y que luego será aprobada oralmente por el papa Inocencio III en la primavera de 1209, considerado éste el año de la fundación de la Orden de Hermanos Menores.
También la noble joven Clara, fue atraída por el ejemplo de Francisco. Ella, en el Domingo de Ramos de 1212 se fugó de la casa paterna hacia la Porciúncula. Aquí Francisco le cortó el cabello como signo de consagración a Dios o mejor de “conversión a Dios”. También a Clara le siguen muchas otras hermanas, y funda así un monasterio en la iglesia de San Damián. En 1218/19 este nuevo grupo de vírgenes consagradas recibe la aprobación pontificia para vivir la pobreza en clausura. Nace así, la segunda Orden de San Francisco, por él llamada las Damas Pobres, también conocida como la Orden de Santa Clara.
La identidad del franciscanismo está en el vivir el Evangelio en la Iglesia según el modelo observado y propuesto por San Francisco de Asís y predicarlo a toda creatura.
Las muchas obras y misiones, llevadas adelante por los religiosos franciscanos de toda parte del mundo, testimonian la gloriosa fidelidad al propio carisma. La larga lista de mártires, santos y beatos muestra cómo en diversos casos la obediencia a la propia identidad y misión ha sido realizada con heroísmo y con el ejemplo de una vida intachable.